Hoy la entiendo.
La razón de mi silencio no era la que yo creía.
Todo aquello no fue causa.
Sino que es el efecto.
Anduve de pocas palabras.
Y eso, en mí, no es cosa de nada.
La pluma iniciaba pero no concretaba.
Los dedos, perezosos para hacer de intérpretes de la mente.
No queriendo poner en palabras los atardeceres de mi corazón,
ni el choque de mis planetas internos.
Tampoco quise etiquetar ni bautizar
las nuevas intuiciones que se sucedían
– y aún suceden-
en el interior de mi ser.
Mutando pieles andaba.
Qué digo pieles, pareciera estructura, huesos.
Y aún ando un poco así, sintiendo que transito entre dos fases.
No fue, pues, el sueño.
Ni las horas extras de muy buscado descanso.
No fue el descuido ni la exigencia de otros cumplimientos.
No fue impotencia, ni tampoco que no quise.
La práctica activa del no escribir
(y todas las otras cosas)
Fue y es respeto, descubrimiento.
Ha sido la expresión del dar espacio al cortocircuito.
El cual es el origen del reseteo.
Dando cabida a la gestación, a un nuevo intento.
Y esto, de la única manera posible: más allá de todo tiempo.
Martha Constanza García
12 de agosto de 2018
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