Y empezó a desidentificarse de sus “habilidades” y al hacerlo se encontró con su verdadero poder.
Dejó de sentirse una persona persuasiva pues ya no le interesaba convencer a nadie.
Dejó de creer que podía saber lo que los demás pensaban, pues empezó a sólo prestar atención a lo que su propio corazón le susurra.
Dejó de querer ser siempre (percibida como) razonable y encontró ahí mismo su libertad.
Y fue cuando dejó de creer que siempre debía tener la palabra adecuada, cuando ella reencontró su propia voz.
Martha Constanza García
19 de diciembre de 2016
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